Cartas de Nathan
Manuel Barros
Tic
tac, tic tac
Salud:
Hoy se cumple un año que nos carteamos y
creo que ha llegado el momento de reparar un poco en todas esas cosas que hemos
ido dejando atrás. No podrá negarme, querido amigo, que algunas sucedieron sin apenas
tenernos en cuenta y que hemos podido participar de ellas escasamente, acaso como
simples espectadores. Otras, sin embargo, nos han afectado muy directamente. Se
diría que han minado nuestro corazón. Como le referí en una ocasión, estas son
las importantes.
Mientras moría
Concha en el hospital, por ejemplo, nacía, en una planta más arriba, Noa, un
bebé de ojos redondos y de pelo encrespado, que ahora está en esa edad de
llevarse todo a la boca para descubrir ese mundo de sabores y formas que
nosotros experimentamos una vez. Ahora tiene siete meses y el tiempo parece
detenerse en sus labios cuando sonríe. Sé que esto es imposible, pero a mí me
gusta pensar que la serenidad, que me provoca la ternura de su pequeñez bien
redonda, durará siempre. Como los dioses que hemos imaginado para soportar el
hecho de que la vida se nos escapa de las manos inexorablemente.
Y luego está
ella, mi amor reciente, alrededor del cual gira casi todo lo que siento. Reconozco que esta manía mía se está convirtiendo
en una obsesión, pero es agradable pensar que alguien te ha señalado con el
dedo y que te ha transformado de repente en un ser especial, a pesar de tus
miedos y defectos. Y es que ahora me proporciona placer sacarme de la manga
esas historias que me imaginé una vez junto a ella y que hoy están tomando
cuerpo. Quiero decir que las toco con las manos y que ella también parece
tocarlas como si fuesen ciertas.
Con todo,
quedan las otras cosas, esas que configuran el mundo exterior y que la realidad
nos pone encima de la mesa en forma de noticias. Por el momento, las encajo
bien. Quizá todo esto se deba a la fortaleza que me han dado las tres mujeres
que cité anteriormente.
Por otra
parte, Miguel Guerrero, mi amigo, ha publicado un libro excepcional, que
torpemente presenté en una cafetería. Y Javier Plata, otro elemento entrañable
a tener en cuenta, expuso sus últimas pinturas en Tpop, un local de copas, que
hace las veces de galería de arte. Creo que ambas obras, las de M.G. y las de
J.P., nos pueden servir de metáforas de los tiempos que corren. Estos tiempos
caóticos en donde el desasosiego y el infortunio campan a sus anchas.
Por último,
Chema, otro tipo del que me siento muy próximo, ha decidido trasladar su
negocio a un sitio más estratégico. En el bar de Chema, charlamos de fútbol y
de las noticas que aparecen a diario en los periódicos. Es una especie de
santuario, pero, en estos momentos, intuyo que a todos nos vendrá bien el
cambio de aires. La verdad es que las paredes se estaban descascarillando. Sin
embargo, yo me he tomado ese cambio de hogar con cierta filosofía y desapego.
Pues ya ni siquiera miraba las agujas del reloj que colgaba de una de sus
paredes. Y es que hasta hace un mes el maldito artilugio me soplaba al oído
mientras me tomaba el café con una voz parecida a la de un insecto: ‘Tic-tac,
tic-tac, tic-tac, ya succioné tu tiempo con mi trompa asquerosa’. Ahora sé que
a ese bicho raro, que es el paso del tiempo, lo puedo liquidar de un manotazo.
Gracias, Concha, Noa, Amor, Miguel, Javier, Chema. Gracias, Nathan. Aunque por
lo que me cuenta usted en su última misiva también participa de la misma
experiencia y del mismo ánimo. Así que, querido amigo, piense que cualquiera de
los dos hubiese podido firmar esta carta.
(artículo aparecido en LA VERDAD DEL CAMPO DE GIBRALTAR, el sábado 27 de dic. de 2014).
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