Cartas de Nathan.
Manuel Barros
Amarquía
A Nathan, salud:
Miguel Guerrero es
escritor. Puedo decir esto de forma categórica, pues ya cargan, como la mala
reputación, varias obras sobre sus hombros. A saber: ‘Arquitectura del dolor’,
‘La temperatura’, ‘Pequeños detalles sin importancia’; y un texto de
complejísima estructura con cuyo título MG juega a mezclar el vacío más
absoluto con el código postal de su ciudad de nacimiento, ‘Nada 11300’. A mi
parecer, este último es el más ambicioso. Lamentablemente, aún inédito.
Ahora aparece, sin
embargo, en Ediciones del Hombre Cohete con ‘Pruebas de lo equivocados que
estamos siempre’, un libro de relatos escalonados. No sé de dónde diablos habrá
sacado ese título, pero al leerlo incomoda sobremanera el maldito adverbio
utilizado, que parece que ha sido puesto ahí deliberadamente por el autor para
advertirnos de que estamos encerrados a perpetuidad en los sótanos de la
ignorancia.
Imagino que cualquiera
de nosotros podría decir cosas similares con el mismo grado de impertinencia.
Dados los tiempos que corren, sería cuestión de ponerse. Pero a MG la
provocación le sale de forma natural, la exuda envuelta en exquisiteces, como
si con él no fuese la cosa. De modo que uno no acertará nunca a comprender si
la distancia y el desparpajo con que trata los textos son el resultado del
sarcasmo más hiriente y refinado o de una perplejidad conciliadora y
bobalicona, que nos incluye a todos bondadosamente. También a él mismo.
Esta estrategia es
demoledora. Cuando se repasan sus cuentos, uno tiene la sensación de besar la
lona sin saber de dónde le ha venido el golpe. Así que el lector andará grogui
de lectura en lectura intentando recuperar la conciencia. Pensará en tirar la toalla
o, a lo mejor, si es valiente, en incorporarse de nuevo para seguir con la
pelea. Aunque al final querrá volver irremediablemente a ese sueño protector
que soñó en el mismo instante en que mordió el polvo y acabó el cuento. Esa
adicción le empujará a seguir con la lectura. Estoy seguro.
Pero no me interprete
mal, amigo Nathan. La sensación resultante no es de desasosiego. A veces, te
hace sonreír y, en la mayoría de las ocasiones, uno puede disfrutar de eso que
suelen poner como cebo en las contraportadas de los libros, el placer de la
lectura. El libro está bien armado, es coherente y las subordinadas se deslizan
reglón tras renglón como la seda. Formalmente es un corpus, aunque los temas y
el tratamiento de los mismos sean muy dispares. Hay algo en todos ellos que los
conectan mutuamente. Esa cópula es la atmósfera. Esa especie de voluta humeante
y uniforme, de difícil elaboración, que lo impregna todo.
Se me ocurre un
término extraño para definir este libro extraño. No sé si cometeré un error.
Pero con ‘Amarquía’ creo que se señala muy oportunamente lo que desprende. A
saber: que el caos y la armonía pueden ir de la mano; que la desesperación y el
vacío pueden ser de color de rosa; y que de las cosas más banales como la
puntualidad, el cortarse las uñas, la conducción de un coche nuevo, Mickey
Mouse y el fin de la historia (estos son títulos de algunos de los cuentos) uno
puede proyectar y experimentar sensaciones insólitas y estrafalarias. Porque en
el libro de Miguel, la lucha de contrarios ha dejado de ser el motor del mundo.
Y es que estos sempiternos enemigos que aparecen en todas las historias se han
parapetado en la misma línea de fuego, y ahora desfilan alegres en las mismas
huestes. La contradicción de sus cuentos es que las contradicciones se disuelven.
Como en la amarquía, como el amor en el desorden.
Miguel Guerrero carece
de huellas dactilares. Ya se lo advertí en su día. Aunque esto no le ha
supuesto hasta ahora, que yo sepa, ningún problema de orden penal. Su coartada
está bien hilada. Es impecable. Las yemas de sus dedos han perdido las crestas
papilares por el roce con las páginas. Así que le resultará fácil reconocerle,
mi querido amigo Nathan. Bastará con buscar a un tipo que siempre lleva el
hocico hundido en el papel.
PD: Lo bueno de
publicar un libro es que uno deja de corregirlo. Así que nuestro protagonista
de hoy no tendrá más remedio que pasar página y empezar uno nuevo. A dios
gracias.
(artículo aparecido en LA VERDAD del Campo de Gibraltar el día 8 de noviembre de 2014)
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