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sábado, 8 de noviembre de 2014

pruebas de lo equivocados que estamos siempre.2

Cartas de Nathan. Manuel Barros

Amarquía

A Nathan, salud:

Miguel Guerrero es escritor. Puedo decir esto de forma categórica, pues ya cargan, como la mala reputación, varias obras sobre sus hombros. A saber: ‘Arquitectura del dolor’, ‘La temperatura’, ‘Pequeños detalles sin importancia’; y un texto de complejísima estructura con cuyo título MG juega a mezclar el vacío más absoluto con el código postal de su ciudad de nacimiento, ‘Nada 11300’. A mi parecer, este último es el más ambicioso. Lamentablemente, aún inédito.
Ahora aparece, sin embargo, en Ediciones del Hombre Cohete con ‘Pruebas de lo equivocados que estamos siempre’, un libro de relatos escalonados. No sé de dónde diablos habrá sacado ese título, pero al leerlo incomoda sobremanera el maldito adverbio utilizado, que parece que ha sido puesto ahí deliberadamente por el autor para advertirnos de que estamos encerrados a perpetuidad en los sótanos de la ignorancia.
Imagino que cualquiera de nosotros podría decir cosas similares con el mismo grado de impertinencia. Dados los tiempos que corren, sería cuestión de ponerse. Pero a MG la provocación le sale de forma natural, la exuda envuelta en exquisiteces, como si con él no fuese la cosa. De modo que uno no acertará nunca a comprender si la distancia y el desparpajo con que trata los textos son el resultado del sarcasmo más hiriente y refinado o de una perplejidad conciliadora y bobalicona, que nos incluye a todos bondadosamente. También a él mismo.
Esta estrategia es demoledora. Cuando se repasan sus cuentos, uno tiene la sensación de besar la lona sin saber de dónde le ha venido el golpe. Así que el lector andará grogui de lectura en lectura intentando recuperar la conciencia. Pensará en tirar la toalla o, a lo mejor, si es valiente, en incorporarse de nuevo para seguir con la pelea. Aunque al final querrá volver irremediablemente a ese sueño protector que soñó en el mismo instante en que mordió el polvo y acabó el cuento. Esa adicción le empujará a seguir con la lectura. Estoy seguro.
Pero no me interprete mal, amigo Nathan. La sensación resultante no es de desasosiego. A veces, te hace sonreír y, en la mayoría de las ocasiones, uno puede disfrutar de eso que suelen poner como cebo en las contraportadas de los libros, el placer de la lectura. El libro está bien armado, es coherente y las subordinadas se deslizan reglón tras renglón como la seda. Formalmente es un corpus, aunque los temas y el tratamiento de los mismos sean muy dispares. Hay algo en todos ellos que los conectan mutuamente. Esa cópula es la atmósfera. Esa especie de voluta humeante y uniforme, de difícil elaboración, que lo impregna todo.
Se me ocurre un término extraño para definir este libro extraño. No sé si cometeré un error. Pero con ‘Amarquía’ creo que se señala muy oportunamente lo que desprende. A saber: que el caos y la armonía pueden ir de la mano; que la desesperación y el vacío pueden ser de color de rosa; y que de las cosas más banales como la puntualidad, el cortarse las uñas, la conducción de un coche nuevo, Mickey Mouse y el fin de la historia (estos son títulos de algunos de los cuentos) uno puede proyectar y experimentar sensaciones insólitas y estrafalarias. Porque en el libro de Miguel, la lucha de contrarios ha dejado de ser el motor del mundo. Y es que estos sempiternos enemigos que aparecen en todas las historias se han parapetado en la misma línea de fuego, y ahora desfilan alegres en las mismas huestes. La contradicción de sus cuentos es que las contradicciones se disuelven. Como en la amarquía, como el amor en el desorden.
Miguel Guerrero carece de huellas dactilares. Ya se lo advertí en su día. Aunque esto no le ha supuesto hasta ahora, que yo sepa, ningún problema de orden penal. Su coartada está bien hilada. Es impecable. Las yemas de sus dedos han perdido las crestas papilares por el roce con las páginas. Así que le resultará fácil reconocerle, mi querido amigo Nathan. Bastará con buscar a un tipo que siempre lleva el hocico hundido en el papel.


PD: Lo bueno de publicar un libro es que uno deja de corregirlo. Así que nuestro protagonista de hoy no tendrá más remedio que pasar página y empezar uno nuevo. A dios gracias.


(artículo aparecido en LA VERDAD del Campo de Gibraltar el día 8 de noviembre de 2014)


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