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viernes, 21 de septiembre de 2012

los otros.19. germán sierra

Nunca fuimos dioses 
Por Germán Sierra


A finales de mayo apareció la versión española (traducción de Susana Lago Ballesteros) del artículo de Lars lyer "Desnudo en la bañera, asomado al abismo (Manifiesto literario tras el fin de la literatura y los manifiestos)", publicado originalmente el pasado año en The White Review. lyer es un autor que me interesa, y he disfrutado enormemente de la lectura de las dos novelas que ha publicado hasta el momento -Spurious (2011), que será próximamente traducida por la editorial Pálido Fuego, y Dogma (2012)-. Sin embargo, este artículo, otro más de los muchos que anuncian el final de "la Literatura", no había llamado particularmente mi atención. Cuando lo leí por primera vez, lo consideré un hábil elemento de promoción construido a partir de una serie de lugares comunes y algunas ideas acertadas, pero muy conocidas, más que una reflexión profunda sobre el estado actual de la creación literaria. De hecho, me ha sorprendido la reacción de algunos escritores y críticos españoles al hacerse pública la traducción, y creo que merece la pena dete­nerse un poco sobre ello.
El ensayo de lyer parte, como la mayoría de lo que se ha escrito a este respecto, de la nostalgia por la desaparición de una Literatura, con mayúscula, que en mi opinión no ha existido nunca como tal. Esa Literatura que ingeniosamente lyer juega a dejar de añorar, o que pretende obligarnos a admitir que ya no puede hacerse como se hacía antes, no es más que una construcción cultural a posteriori: el modo en el que unas culturas determinadas -la moderna y su últi­ma versión, la posmoderna- han interpretado obras de arte a menudo no creadas a partir de tales presupuestos. Lo que en realidad está desapareciendo es esta cultura, ese modo de interpretar la creación artística como algo "trágico y revolucionario" o como la secreción espontánea de un "autor."
Escribe lyer: "Tal vez la muerte de la Literatura sea el síntoma delfín de algo que ha dejado de ser necesario. Tal vez debamos aceptar esta muerte" Pero, ¿cuándo ha sido la literatura necesaria? ¿Y para quién o para qué? lyer continúa: "Para los más prácticos, el fin de la Literatura no es más que el fin de un modelo melodramático, una falsa esperanza que ha seguido el camino del psicoanálisis, del marxismo, del punk rocky de la filosofía. Pero quienes somos menos pragmáti­cos nos damos cuenta de lo que se ha perdido, lo vivimos. Junto con la Literatura perdemos la posibilidad de la Tragedia y la Revolución, las últimas modalidades de Esperanza que teníamos a nuestro alcance. Y cuando desaparece la posibilidad de lo trágico, nos hundimos en una forma de pesar sin atributos, una vida cuya enorme tristeza carece de grandeza trági­ca. Ansiamos la tragedia, pero ¿dónde encontrarla, cuando sólo hay lugar para la farsa?" Demasiadas mayúsculas para mi gusto: Tragedia, Revolución, Esperanza... ¿Para lyer la literatura iba de eso? Quizás la modernidad iba de eso, de intentar encontrarle utilidad a las cosas, de esa "performatividad" de la que hablaba Lyotard, y ahora no es que nos hayamos dado cuenta repentinamente de que la literatura no sirve para nada, es que nos hemos dado cuenta de que ese tipo de relaciones jerárquicas y utilitarias son simplemente otra ficción -u otra metaficción.
Los escritores nunca han bajado de las montañas, ni han sido como dioses. La literatura nunca ha tenido que ver con la cantidad de texto disponible (por lo tanto, que hoy exista una gran cantidad de texto en circulación no es bueno ni malo), ni con su influencia sobre la sociedad, ni con el número de lectores, ni con la popularidad o con la permanencia de la fama. Todo esto son mitologías pop. El rechazo de estas mitologías, el simple retrato de su desaparición, no dice nada ni sobre lo que se escribía hace cien años, ni sobre lo que escribimos hoy en día.
Como ha escrito Eloy Fernández Porta (Homo Sampler), afirmaciones como la cita de Pessoa empleada por lyer -"Ya que no podemos extraer belleza de la vida, busquemos al menos extraer belleza de no poder extraer belleza de la vida"-, son lugares de una aproximación humanista a la cultura. "Al menos desde la Escuela de Frankfiírty hasta Zygmunt Bauman", escribe Fernández Porta, "se extiende una larga tradición que lamenta el carácter pasajero de 'nues­tros días'y clama por un retorno a formas premodernas de vivencia de los mismos". La forma final de ese lugar común se presenta como nostalgia de esa nostalgia, en un discurso que defiende la imposibilidad de siquiera desear volver atrás o tratar de reproducir el arte de aquel tiempo. Pero con ello, se legitima la vieja idea de la "actividad creativa como remanso de paz privada " (o de "tragedia", añadiría yo) "frente al sindiós de la moda y la tecnología" Nos dice lyer que hoy ya no se puede hacer "Literatura", pero la "Literatura", cuando se hacía, nos hacía mejores. Y yo no estoy de acuerdo. La literatura, sin mayúsculas, no encaja en ese cofrecillo de grandilocuencia trágico-revolucionario-patológica donde la modernidad ha intentado encerrarla. Afortunadamente. Fluye. Se transforma. Se encuentra donde menos se la espera. También donde lyers, como Mark Amerika hace veinte años en su Avant-Pop Manifestó, la sitúa: "Ríete de ti mismo y de lo que haces. Saquea el arte, como el caníbal que eres. Recuerda: únicamente cuando el cuerpo está sin vida,y ha sido pico­teado durante millones de años por los cuervos, roído por los chacales, cubierto de escupitajos y olvidado, sólo entonces descubriremos que aún queda una última esquirla de hueso intacta." Y con eso sí puedo estar de acuerdo.

(Quimera. 345-346. Agosto/Septiembre 2012)

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