Por Germán Sierra
A finales de mayo apareció la versión española (traducción de Susana Lago
Ballesteros) del artículo de Lars lyer "Desnudo en la bañera, asomado al abismo (Manifiesto literario tras el fin de la literatura y los
manifiestos)", publicado originalmente el pasado año en The White
Review. lyer es un autor que me interesa, y he disfrutado enormemente de la
lectura de las dos novelas que ha publicado hasta el momento -Spurious (2011),
que será próximamente traducida por la editorial Pálido Fuego, y Dogma (2012)-.
Sin embargo, este artículo, otro más de los muchos que anuncian el final de
"la Literatura", no había llamado particularmente mi atención. Cuando
lo leí por primera vez, lo consideré un hábil elemento de promoción construido
a partir de una serie de lugares comunes y algunas ideas acertadas, pero muy
conocidas, más que una reflexión profunda sobre el estado actual de la creación
literaria. De hecho, me ha sorprendido la reacción de algunos escritores y
críticos españoles al hacerse pública la traducción, y creo que merece la pena
detenerse un poco sobre ello.
El
ensayo de lyer parte, como la mayoría de lo que se ha
escrito a este respecto, de la nostalgia por la desaparición de una Literatura,
con mayúscula, que en mi opinión no ha existido nunca como tal. Esa Literatura
que ingeniosamente lyer juega a dejar de añorar, o que pretende obligarnos
a admitir que ya no puede hacerse como se hacía antes, no es más que una
construcción cultural a posteriori: el modo en el que unas culturas
determinadas -la moderna y su última versión, la posmoderna- han interpretado
obras de arte a menudo no creadas a partir de tales presupuestos. Lo que en
realidad está desapareciendo es esta cultura, ese modo de interpretar la
creación artística como algo "trágico y revolucionario" o como la
secreción espontánea de un "autor."
Escribe
lyer: "Tal vez la muerte de la Literatura sea el síntoma delfín de algo que ha dejado de ser
necesario. Tal vez debamos aceptar esta muerte" Pero, ¿cuándo ha sido la literatura necesaria? ¿Y
para quién o para qué? lyer continúa: "Para los más prácticos, el fin
de la Literatura no es más que el fin de un modelo melodramático, una falsa
esperanza que ha seguido el camino del psicoanálisis, del marxismo, del punk
rocky de la filosofía. Pero quienes somos menos pragmáticos nos damos cuenta
de lo que se ha perdido, lo vivimos. Junto con la Literatura perdemos la
posibilidad de la Tragedia y la Revolución, las últimas modalidades de
Esperanza que teníamos a nuestro alcance. Y cuando desaparece la posibilidad de
lo trágico, nos hundimos en una forma de pesar sin atributos, una vida cuya
enorme tristeza carece de grandeza trágica. Ansiamos la tragedia, pero ¿dónde
encontrarla, cuando sólo hay lugar para la farsa?" Demasiadas
mayúsculas para mi gusto: Tragedia, Revolución, Esperanza... ¿Para lyer la
literatura iba de eso? Quizás la modernidad iba de eso, de intentar encontrarle
utilidad a las cosas, de esa "performatividad" de la que hablaba
Lyotard, y ahora no es que nos hayamos dado cuenta repentinamente de que la
literatura no sirve para nada, es que nos hemos dado cuenta de que ese tipo de
relaciones jerárquicas y utilitarias son simplemente otra ficción -u otra
metaficción.
Los
escritores nunca han bajado de las montañas,
ni han sido como dioses. La literatura nunca ha tenido que ver con la cantidad
de texto disponible (por lo tanto, que hoy exista una gran cantidad de texto en
circulación no es bueno ni malo), ni con su influencia sobre la sociedad, ni
con el número de lectores, ni con la popularidad o con la permanencia de la
fama. Todo esto son mitologías pop. El rechazo de estas mitologías, el simple
retrato de su desaparición, no dice nada ni sobre lo que se escribía hace cien
años, ni sobre lo que escribimos hoy en día.
Como ha escrito Eloy Fernández Porta (Homo Sampler), afirmaciones como
la cita de Pessoa empleada por lyer -"Ya que no podemos extraer belleza
de la vida, busquemos al menos extraer belleza de no poder extraer belleza de
la vida"-, son lugares de una aproximación humanista a la cultura. "Al
menos desde la Escuela de Frankfiírty hasta Zygmunt Bauman", escribe
Fernández Porta, "se extiende una larga tradición que lamenta el
carácter pasajero de 'nuestros días'y clama por un retorno a formas
premodernas de vivencia de los mismos". La forma final de ese lugar
común se presenta como nostalgia de esa nostalgia, en un discurso que defiende
la imposibilidad de siquiera desear volver atrás o tratar de reproducir el arte
de aquel tiempo. Pero con ello, se legitima la vieja idea de la "actividad
creativa como remanso de paz privada " (o de "tragedia",
añadiría yo) "frente al sindiós de la moda y la tecnología" Nos
dice lyer que hoy ya no se puede hacer "Literatura", pero la
"Literatura", cuando se hacía, nos hacía mejores. Y yo no estoy de
acuerdo. La literatura, sin mayúsculas, no encaja en ese cofrecillo de
grandilocuencia trágico-revolucionario-patológica donde la modernidad ha
intentado encerrarla. Afortunadamente. Fluye. Se transforma. Se encuentra donde
menos se la espera. También donde lyers, como Mark Amerika hace veinte años en
su Avant-Pop Manifestó, la sitúa: "Ríete de ti mismo y de lo que
haces. Saquea el arte, como el caníbal que eres. Recuerda: únicamente cuando el
cuerpo está sin vida,y ha sido picoteado durante millones de años por los
cuervos, roído por los chacales, cubierto de escupitajos y olvidado, sólo entonces
descubriremos que aún queda una última esquirla de hueso intacta." Y
con eso sí puedo estar de acuerdo.
(Quimera. 345-346. Agosto/Septiembre 2012)
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