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lunes, 23 de julio de 2012

los otros.14. philip k. dick 2

Dos hombres en el castillo:
una conversación electrónica sobre Philip K. Dick
Roberto Bolaño y Rodrigo Fresán

Bolaño y Fresán conversan electrónicamente sobre escritores "poco convencionales" con vistas a armar un libro que podría titularse Fricciones o FREAKciones. Adelantamos parte del capítulo dedicado a Philip K. Dick, el autor de El hombre en el castillo y de la novela en que se basa la película Blade Runner.

Rodrigo Fresán: Estos últimos meses estuve releyendo —y leyendo por primera vez algunos textos suyos— a Philip K. Dick y lo primero que me sorprendió es el hecho de que su obra no haya envejecido en absoluto, teniendo en cuenta que él solía decir que escribía acerca de lo que iba a pasar en los próximos meses, sobre un futuro casi-presente. Creo que ahí están su gracia y su talento: proponer una ciencia-ficción donde la ciencia no importa demasiado (y es casi siempre accesoria e imperfecta, funciona mal o no funciona) y la ficción no es tal. Me parece que hay suficiente evidencia ya para afirmar que la idea del futuro —nuestro presente— está mucho más cerca de lo que pensaba Dick que de lo que sostenían los clásicos del género, ¿no? Dick se ha convertido en un gran escritor realista/naturalista, que es lo que en realidad él siempre quiso ser antes de verse obligado a ganarse la vida escribiendo "novelitas" futuristas.
Roberto Bolaño: Recuerdo con mucho cariño a Dick. Yo creo que es el escritor de los paranoicos, del mismo modo que Byron fue el escritor de los románticos. Incluso su biografía tiene ciertos matices byronianos: es un hombre de vida amorosa agitada y, políticamente, está con las causas perdidas. En ocasiones con las causas más extremas o las que la gente considera que son las más extremas. Y es curioso que uno de los grandes escritores del siglo XX (algo en lo que creo que estamos de acuerdo) sea precisamente un escritor "de género". Un escritor que para ganarse la vida (un término horrible este de ganarse la vida) se pone a escribir y publicar novelas en editoriales populares, a un ritmo endiablado, novelas que discurren en Marte o en un mundo en donde los robots son algo normal y rutinario. En fin: la peor manera de labrarse un nombre en el mundo de las letras, como diría un escritor francés de finales del siglo XIX. Y sin embargo Dick no sólo se labra un nombre en la literatura sino que se convierte en punto de referencia de otras artes, como el cine, y su prestigio sigue creciendo. ¿Tú recuerdas la primera novela que leíste de él? La mía fue Ubik y el martillazo que recibí fue considerable.
FRESÁN: Es cierto eso de Dick y las causas políticas. Tiene algo de working class hero lo suyo —no sólo en el aspecto de "escritor trabajador", sino que buena parte de sus ficciones giran en torno al hombre trabajador y esclavizado, a la práctica buena o mala de un oficio, al espanto de ciertas burocracias y a errores mecánicos o problemas de funcionamiento... En mi caso la primera fue El hombre en el castillo, en Minotauro, claro. Recuerdo que acababa de volver a Buenos Aires después de unos cuantos años viviendo en Caracas, y el efecto fue desconcertante. Todavía regía la dictadura militar —era 1979— y recuerdo que me costaba un poco discernir dónde terminaba el libro y dónde empezaba la realidad. La sensación se acentúa todavía más cuando se leen varios Dicks seguidos: la sospecha que te despierta en cuanto a lo que es verdadero y lo que es falso. Me parece que es una sospecha que trasciende la vulgar paranoia y está más cercana al pensamiento religioso. En este sentido —no sé qué te parece— creo que Dick es el escritor perfecto para los que no creen en Dios pero quisieran que existiera alguna inteligencia superior que explicara todo este despropósito, ¿no?

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