Dos hombres en
el castillo:
una conversación
electrónica sobre Philip K. Dick
Roberto Bolaño y Rodrigo Fresán
Bolaño y Fresán conversan electrónicamente sobre escritores "poco convencionales" con vistas a armar un libro que podría titularse Fricciones o FREAKciones. Adelantamos parte del capítulo dedicado a Philip K. Dick, el autor de El hombre en el castillo y de la novela en que se basa la película Blade Runner.
Rodrigo Fresán: Estos últimos
meses estuve releyendo —y leyendo por primera vez algunos textos suyos— a
Philip K. Dick y lo primero que me sorprendió es el hecho de que su obra no
haya envejecido en absoluto, teniendo en cuenta que él solía decir que escribía
acerca de lo que iba a pasar en los próximos meses, sobre un futuro
casi-presente. Creo que ahí están su gracia y su talento: proponer una
ciencia-ficción donde la ciencia no importa demasiado (y es casi siempre
accesoria e imperfecta, funciona mal o no funciona) y la ficción no es tal. Me
parece que hay suficiente evidencia ya para afirmar que la idea del futuro
—nuestro presente— está mucho más cerca de lo que pensaba Dick que de lo que sostenían
los clásicos del género, ¿no? Dick se ha convertido en un gran escritor realista/naturalista,
que es lo que en realidad él siempre quiso ser antes de verse obligado a ganarse
la vida escribiendo "novelitas" futuristas.
Roberto
Bolaño: Recuerdo con mucho cariño a Dick. Yo creo que es el escritor de los
paranoicos, del mismo modo que Byron fue el escritor de los románticos. Incluso
su biografía tiene ciertos matices byronianos: es un hombre de vida amorosa
agitada y, políticamente, está con las causas perdidas. En ocasiones con las
causas más extremas o las que la gente considera que son las más extremas. Y es
curioso que uno de los grandes escritores del siglo XX (algo en lo que creo que
estamos de acuerdo) sea precisamente un escritor "de género". Un
escritor que para ganarse la vida (un término horrible este de ganarse la vida)
se pone a escribir y publicar novelas en editoriales populares, a un ritmo endiablado,
novelas que discurren en Marte o en un mundo en donde los robots son algo normal
y rutinario. En fin: la peor manera de labrarse un nombre en el mundo de las letras,
como diría un escritor francés de finales del siglo XIX. Y sin embargo Dick no
sólo se labra un nombre en la literatura sino que se convierte en punto de
referencia de otras artes, como el cine, y su prestigio sigue creciendo. ¿Tú
recuerdas la primera novela que leíste de él? La mía fue Ubik y el martillazo que recibí fue considerable.
FRESÁN: Es cierto eso
de Dick y las causas políticas. Tiene algo de working class hero lo
suyo —no sólo en el aspecto de "escritor trabajador", sino que buena
parte de sus ficciones giran en torno al hombre trabajador y esclavizado, a la
práctica buena o mala de un oficio, al espanto de ciertas burocracias y a
errores mecánicos o problemas de funcionamiento... En mi caso la primera fue El hombre en el castillo, en Minotauro,
claro. Recuerdo que acababa de volver a Buenos Aires después de unos cuantos
años viviendo en Caracas, y el efecto fue desconcertante. Todavía regía la
dictadura militar —era 1979— y recuerdo que me costaba un poco discernir dónde
terminaba el libro y dónde empezaba la realidad. La sensación se acentúa
todavía más cuando se leen varios Dicks seguidos: la sospecha que te despierta
en cuanto a lo que es verdadero y lo que es falso. Me parece que es una
sospecha que trasciende la vulgar paranoia y está más cercana al pensamiento religioso.
En este sentido —no sé qué te parece— creo que Dick es el escritor perfecto
para los que no creen en Dios pero quisieran que existiera alguna inteligencia
superior que explicara todo este despropósito, ¿no?
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