La palabra mainstream, difícil
de traducir, significa literalmente «dominante» o «gran público», y se emplea
generalmente para un medio, un programa de televisión o un producto cultural
destinado a una gran audiencia. El mainstream es lo contrario de la
contracultura, de la subcultura de los nichos de mercado; para muchos, es lo
contrario del arte. Por extensión, la palabra también se aplica a una idea, un
movimiento o un partido político (la corriente dominante), que pretende seducir
a todo el mundo. A partir de este estudio sobre las industrias creativas y los
medios en todo el mundo, Cultura mainstream permite pues analizar la
política y los negocios que, a su vez, también quieren «dirigirse a todo el
mundo». La expresión «cultura mainstream» puede tener una connotación
positiva y no elitista, en el sentido de «cultura para todos», o más negativa,
en el sentido de «cultura barata», comercial, o cultura formateada y uniforme.
No cabe imaginar un lugar
menos mainstream que el Harvard Faculty Club.
Ese restaurante, reservado a los profesores, se encuentra en el campus de la
prestigiosa Universidad de Harvard, en Massachusetts, Estados Unidos. Precisamente
en el lugar donde Henry James tenía su casa, haciendo honor a ese espíritu
protestante, blanco y masculino, hecho de puritanismo y de alimentación frugal
(en el Harvard Faculty Club se come bastante mal), los universitarios más
prestigiosos de Harvard celebran actualmente sus tertulias. En el comedor,
sentado a una mesa cubierta con un mantel blanco, me espera Samuel Huntington.
Durante
los años que pasé en Estados Unidos trabajando en este libro, me reuní varias
veces con Huntington, conocido en todo el mundo por su obra El choque de
civilizaciones, cuya tesis es que hoy las civilizaciones se enfrentan unas
a otras en nombre de unos valores para afirmar una identidad y una cultura, y
no ya sólo para defender sus intereses. Es un libro opinionated, como se
dice en inglés, muy comprometido, que habla de Occidente y «el resto del
mundo», un Occidente único frente a los demás países no occidentales, que son
plurales. Huntington hace hincapié en el fracaso de la democratización de los
países musulmanes a causa del islam. La obra ha sido comentada, y a menudo
criticada, en el mundo entero.
Durante
la comida en Harvard, interrogo a Huntington sobre su gran teoría, sobre la
cultura de masas, sobre el nuevo orden internacional desde el 11 de septiembre
y sobre cómo va el mundo. Me contesta con unos cuantos tópicos y con voz
titubeante. Por lo visto no tiene nada que decir sobre la cultura globalizada.
Luego me pregunta —como todo el mundo en Estados Unidos— dónde estaba el
11 de septiembre. Le digo que aquella mañana me encontraba en el aeropuerto de
Boston, precisamente a la hora en que los diez terroristas tomaban los vuelos
American Airlines 11 y United Airlines 175 que unos minutos más tarde se
estrellarían contra las dos torres del World Trade Center. El anciano
—Huntington tiene 80 años— se queda pensativo. El 11 de septiembre fue una
pesadilla para Estados Unidos y la hora de la consagración para Huntington,
cuyas tesis sobre el choque de civilizaciones de pronto parecieron proféticas.
Cuando terminamos de almorzar, tengo la impresión de que se está echando una
siesta (murió unos meses después de nuestras conversaciones). En silencio, me
pongo a mirar los cuadros de grandes pintores que adornan las paredes del
Harvard Faculty Club. Y me pregunto si este hombre tan elitista, símbolo de la
alta cultura, ha podido entender realmente los desafíos de la guerra de las
culturas. ¿Habrá visto siquiera Mujeres desesperadas, la
serie que todo el mundo ve en este momento en Estados Unidos y dos de cuyas
heroínas se llaman Kayla y Nora Huntington? No me atrevo a preguntárselo: sé
que Samuel Huntington, con su rigidez puritana, no es muy partidario del entertainment
(el entretenimiento). Que es justamente el tema de este libro.
(seguir leyendo
(entrevista a frédéric martel
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