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lunes, 16 de abril de 2012

los otros.9. ricardo piglia


Crítica y ficción. Ricardo Piglia

Michelle Clayton: Usted ha hablado en muchas oca­siones sobre la narrativa, del poder del Estado, contra la que se oponen las narrativas distintas de los escritores. ¿Es la escritura necesariamente una estrategia crítica por parte del escritor? La narración de los vencidos, que usted ha mencionado con fre­cuencia, ¿se podría ver como otra máquina de poder?

Ricardo Piglia: En principio yo digo que sí, que la pregunta sinteti­za un poco lo que yo pienso, que sería la idea de que el Esta­do construye ficción y que no se puede gobernar sin cons­truir ficciones. Valéry dice cosas muy interesantes sobre este asunto y también Gramsci lo ha señalado, que no se puede gobernar con la pura coerción, que es necesario gobernar con la creencia y que una de las funciones básicas del Estado es hacer creer, y que las estrategias del hacer creer tienen mu­cho que ver con la construcción de ficciones, y que esa cons­trucción puede ser vista por los escritores y los críticos con una mirada diferente de cómo la miran los historiadores y los políticos, que nosotros tenemos mucho que decir sobre esos mecanismos. Por otro lado yo diría que la literatura dis­puta con ese mismo espacio, es decir, que la literatura está construyendo un universo antagónico a ese universo de fic­ciones estatales. En cierto sentido yo digo que hay una ten­sión entre la novela y el Estado, que en algunos momentos es muy visible y que, en otros casos, es necesario descifrarla, pero que hay dos polos de esa elaboración, podríamos decir, dos polos de cristalización de cierto tipo de ficciones socia­les. Yo no pienso tanto, como algunos, en la relación entre ciertos novelistas y el Estado, que a veces se da, sino en el Es­tado como narrador. Es decir, voy a buscar eso en el discurso mismo del Estado. Por ejemplo, en una época analicé el dis­curso del comandante en jefe del Ejército, el Día del Ejército, que es el 29 de mayo. Tomé quince años, o sea, fueron quince discursos de los comandantes en jefe en distintos mo­mentos históricos, y analicé lo que decían, el modo en que enunciaban. Lo que decían eran relatos fundacionales, todo el tiempo, sobre el lugar del Ejército en la tradición nacio­nal, sobre las relaciones entre el Ejército y la población civil, a quién tenía que matar el Ejército, a quién tenía que de­fender, cómo se construía el lugar del enemigo, quién era el héroe en ese relato paranoico y criminal. Esto era lo que el general en jefe trataba que la gente le creyera. Entonces me refiero a ese tipo de cuestiones, a un discurso que no debe ser entendido como externo al Estado. Es el Estado mismo el que habla y los escritores, los novelistas dialogan y disputan, con esa ficción política. Me distancio de lo que suele enten­derse hoy por una crítica política de la literatura que tiende a ser, digamos, endogámica, busca en la literatura, en los escri­tos, los signos de una política que viene de afuera y persigue a los escritores todo el tiempo acusándolos de estar constru­yendo discursos en beneficio de las políticas del Estado. La literatura se ha convertido en un rehén del discurso político, en un rehén, diría yo, de la ineficacia política de los críticos. En la Argentina hay un debate muy fuerte sobre este asunto. Cuando el Estado se cristaliza en el 80, parece que todos los escritores están diciendo lo mismo que dice el Estado. No están diciendo lo mismo. Primero porque no lo dicen del mismo modo. Yo no confundo el discurso de un ministro del Interior con el discurso de un novelista que escribe nove­las. A veces, incluso son la misma persona, como es el caso de Wilde, pero no dicen lo mismo cuando están en un lugar y en el otro. Por ahí pasa, entonces, creo, la primera cuestión. En relación a la tradición de los vencidos, yo digo: la historia la escriben los vencedores y la narran los vencidos. Hay un relato que va por abajo, que tiene que ver con la derrota, no con la exclusión ni con las minorías, sino con los sectores que han sido dominados y vencidos por el Estado. La narración ahí tiene un sentido fantástico, el relato de las Madres de Plaza de Mayo en 1977, por ejemplo, contrapuesto a la versión estatal, una forma extrema de usar el lenguaje, que no tiene que ver con la construcción fija, digamos así, de la historia como escritura de los acontecimientos. La locura, ¿no?, es siempre el límite de la narración, el reverso del silen­cio. La locura es decir de más, es no poder callar, es un exce­so en el borde de la ficción. Ellas eran las locas de Plaza de Mayo porque lo decían todo.

Crítica y ficción. Ricardo Piglia. Anagrama. 2001. págs.191-193

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