coincido. su bildungsroman, m. g., es cada vez más fascinante y adictiva. el equilibrio entre la fotografía y el texto (sobrio, justo) roza la perfección de un extraño haiku: no hay más que lo que hay (pero ¡cuánto hay...!) sé de su ¿aversión?, ¿indiferencia?, hacia la poesía; pues, sepa que eso es lo que está usted haciendo. saludos desde este sábado.
Por esa fecha, (circa 1967), mi padre preparó un pastel de kifi en rama. Era una pieza del tamaño de una revista quimera y del grosor de un dedo, con la apariencia de una tableta de jabón lagarto que no invitaba a consumirla, pero cortó una pequeña porción, apenas una cuña del tamaño de un caramelo sugus, y me la dio... era de un sabor dulce que se deshacía en la boca, desaparecía ese sabor para dar paso a un amargor difícil de definir y perdurable, no molesto, nunca después lo he degustado, y al rato me quedé dormido.
Cada nueva entrega del (¿la?) bildungsroman resulta más enigmática que la anterior. Miradas difíciles de interpretar.
ResponderEliminarUn abrazo.
coincido. su bildungsroman, m. g., es cada vez más fascinante y adictiva. el equilibrio entre la fotografía y el texto (sobrio, justo) roza la perfección de un extraño haiku: no hay más que lo que hay (pero ¡cuánto hay...!)
ResponderEliminarsé de su ¿aversión?, ¿indiferencia?, hacia la poesía; pues, sepa que eso es lo que está usted haciendo.
saludos desde este sábado.
Por esa fecha, (circa 1967), mi padre preparó un pastel de kifi en rama. Era una pieza del tamaño de una revista quimera y del grosor de un dedo, con la apariencia de una tableta de jabón lagarto que no invitaba a consumirla, pero cortó una pequeña porción, apenas una cuña del tamaño de un caramelo sugus, y me la dio... era de un sabor dulce que se deshacía en la boca, desaparecía ese sabor para dar paso a un amargor difícil de definir y perdurable, no molesto, nunca después lo he degustado, y al rato me quedé dormido.
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